Biografía
Raúl Schurjin
Raúl Schurjin (1907 – 1983) fue un destacado pintor de escenas humildes y costeritas del Paraná, de mirada sensible y con una pincelada sutil.
Nace el 12 de febrero de 1907 y muere en Buenos Aires el 30 de junio de 1983 a la edad de 76 años. Oriundo de la ciudad de Mendoza, fue considerado «un pintor santafesino» (por adopción), por ser allí donde desarrolló su obra y vivió gran parte de su vida, trabajando como docente y artista plástico.
A los doce años escapa de su hogar a causa del maltrato de su padre, Simón, hacia él resto de la familia, y en especial hacia la madre, Rebeca. Huye en un tren carguero que unía Mendoza con la ciudad de Buenos Aires. Allí viajaban algunas personas de ideas marginales y anarquistas, propias de la inmigración italiana y española en la Argentina. Ellos le brindaron cuidado y contención, y descubrieron para Raúl nuevos idearios.
Inicialmente, su vida en Buenos Aires transcurre en las calles. Sus compañeros: el pucho y el frío. Trabajó de niño de “canillita” vendiendo diarios y revistas, también de “lustrabotas” callejero. Hizo todo lo que hubiera que hacer para poder llegar a fin de mes: vivir, comer y pintar.
Por aquellos años dio con un «destinador»: el pintor Emilio Centurión, quien tenía el matutino hábito dominical de tomar café y leer el diario en una confitería de la avenida Santa Fe y Carlos Pellegrini. Allí conoció a ese “lustrabotas” al que le gustaba pintar y dibujar, a ese joven al que ayudó a desarrollar su arte, dándole algunas clases de dibujo y regalándole pinceles y óleos. Schurjin, luego estudiaría pintura en la Academia Nacional de Arte de la calle Uriburu, dirigida por Domingo Cullen Ayerza.
“… Mis estudios fueron muy irregulares ya que debí alternarlos con una constante lucha por sobrevivir. Terminé haciéndome autodidacta (sic).”
En 1927 se marcha al norte santafecino (Vera) donde se instala como profesor de dibujo en la Escuela de Educación Técnica N° 285. En 1929 se casa con Blanca Peñalva y tienen dos hijos, Raúl (h) e Hillyer. Bajo su dirección, Schurjin funda la Escuela de Artes y Oficios de San Lorenzo (1936). Más tarde se trasladaría junto a su familia a la ciudad de Santa Fe.
Desde 1928 expone en salones nacionales y provinciales como los de Santa Fe, Rosario, La Rioja, Mar del Plata, Bahía Blanca, Tandil y Mendoza entre otros.
Obtiene el primer premio del Salón de Artistas Locales de Santa Fe (1928), la medalla de oro del Salón Provincial de Santa Fe (1940), el primer premio del Salón Anual de Arte de Mendoza (1949) y una mención en el Salón Anual de Rosario (1951).
Organiza el primer Salón Anual de Arte Joaquín V. González de La Rioja (1950) y funda el Museo Municipal de Bellas Artes de la misma ciudad. Asimismo, realiza numerosas exposiciones individuales por todo el país, destacándose galerías de Mar del Plata, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Chaco, Corrientes y ciudad de Buenos Aires.
Inicialmente, su estilo pictórico incluyó paisajes, retratos, desnudos y naturalezas muertas. Pero su despliegue más significativo comenzó con la serie “Estampas de la vida humilde” (donde reflejó la actividad de infatigables trabajadoras y obreros) y llegó a su punto consagratorio y diferenciador a través de sus “Costeritas”: figuras de niñas, niños y mujeres del río Paraná, signadas por una existencia sufrida, aunque esperanzada. Dominó las trazas con grafito (carbonillas) sobre papel y una colorida paleta de óleos y pasteles.
En 1958 inaugura el Centro de Artes y Letras del diario “El País” de Montevideo, exponiendo treinta obras cuyo catálogo contó con una presentación de José de España e incluyó poemas de José Pedroni y Romilio Ribero, en lo que es tan solo una muestra del constante vínculo de ida y vuelta que Schurjin mantuvo con diversas figuras de las letras, entre ellas: Raúl González Tuñón, Miguel Ángel Asturias, Fernán Félix de Amador, Augusto Roa Bastos, Susana Esther Soba, Arnoldo Liberman y Abelardo Castillo.
Vuelve a Buenos Aires en 1958, motivado por encontrar una sanación para Blanquita, su compañera, que padecía dolorosas afecciones. Al llegar, la pareja se instala en el piso 11 de un modesto hotel de Av. Corrientes 642, cerca de la calle Florida. Es allí que un contemporáneo, Raúl Fernández de Monjardín, junto a su padre, don Federico, lo visitan para conocer su obra. Comenzaría entonces el camino más próspero de su carrera. Raúl Monjardín describe a Schurjin como “un hombre algo encorvado, de amplia frente –alargada por la calvicie–, cabellos entrecanos en sus costados. La cara delgada, de nariz fina; la boca insinuando una sonrisa. Su rostro era vivaz. Sus ojos, mansos, pero de mirada penetrante, denotaban una bondad infinita.”
“… La decisión no fue fácil, ya que me parecía difícil hacerme un lugar en la ciudad. Pero Tarnopolski me alentó, organizó en su casa mi primera exposición… Así lanzado por las circunstancias, comencé a trabajar de lleno, sentí que la ciudad se me iba abriendo a partir de un grupo de amigos generosos: el mencionado, Augusto Mario Delfino, Joaquín Gómez Bas, Carlos Carlino y muchos otros que me enseñaron el sentido de la solidaridad (sic).”
A los pocos meses de esa visita, en 1960, bajo el mecenazgo de don Federico Fernández de Monjardín –personalidad de la cultura y la política nacional–, Schurjin viaja a Europa a exponer su obra. Tuvo tanto éxito allí, que vendió todos sus cuadros y debió sentarse a pintar para cumplir con las exposiciones que le faltaban.
Expuso en Londres, Zúrich, Roma y Hamburgo y terminó la gira en España (aunque allí su obra fue proscripta por quienes detentaban un poder totalitario). En sus cartas a Monjardín, Schurjin narraba con pormenores todo lo que vivía. El éxito tocó la puerta del artista para siempre. Hombre de origen humilde, que se transformó en un pintor respetado por artistas e intelectuales importantes de la época.
Su hijo Hillyer Schurjin expresa que “el círculo de pintores en época de mi padre estaba relacionado. Vivían el momento álgido de la pintura argentina. Exponían junto a él personalidades y artistas reconocidos como Soldi, Basaldúa, Policastro y Alonso -entre otros-. En el caso de mi padre, sus relaciones en el terreno de la amistad se inclinaban y enriquecían con los escritores, actores, poetas, críticos de arte, cineastas, y músicos; personalidades como Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, Gudiño Kramer, José Pedroni y una lluvia de intelectuales españoles que llegaban a Buenos Aires para luego distribuirse por toda Latinoamérica, huyendo de la dictadura y mediocridad franquista”.
A su regreso continuó con exposiciones locales en Argentina. La trascendencia crecía para Schurjin, cuyas pinturas y dibujos ganaban presencia en los hogares de nuestro país.
Los museos de Bellas Artes de la Boca, Provincial “Rosa Galisteo de Rodríguez” (Santa Fe), Municipal de Bellas Artes de Santa Fe y Municipal de Bellas Artes de Luján poseen obras suyas. Un óleo, atípico por su particular dimensión, forma parte de la colección permanente del Museo Arte Tigre, en cuya página oficial se expresa sobre el artista:
“Cultiva el retrato y la pintura de tipos y costumbres santafesinas, con acento expresionista y caricaturesco. Sus cuadros están inspirados en tipos del litoral, de ese litoral cuya larga costa le ha ofrecido motivos para las muy típicas series de «costeritas y éxodos».
«Algunos críticos de la época lo describen como un Pintor de paisajes costumbristas, de mirada sensible y con una pincelada sutil.
“Schurjin, un lírico del pincel.»
De modo póstumo el óleo “El hongo y la Rosa”, donde Schurjin volcó su sufrido sentir vinculado al bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, ingresó como donación al Museo Memorial de la Paz de Hiroshima, cumpliéndose así la voluntad del artista para con esa emblemática obra de hondo calado humanista.